En la cruenta batalla de las Termópilas no murieron los 300 bravos de Leónidas, sino 298. Hubieron dos supervivientes y nuestro protagonista fue uno de ellos. El y otro espartano llamado Éurito sufrieron una grave infección ocular que les impedía pelear y su rey les autorizó retirarse al pueblo cercano de Alpeno para tratarse de su dolencia. Cuando el grueso del ejército confederado griego pasó por allí en retirada siguiendo las órdenes de Leónidas, los dos espartanos discutieron sobre si debían volver para morir con sus camaradas; aunque no pudieran ver, o si debían mantenerse fuera de la batalla como su líder les había ordenado. Éurito obligó a su ilota que le guiara hasta la batalla pereciendo en ella mientras Aristodemo permaneció en Alpeno. El segundo superviviente se llamaba Pantitas y había sido enviado a Tesalia como mensajero y cuando volvió, el combate había acabado. En Esparta, Leónidas y sus 298 hombres fueron elevados a la categoría de héroes, Aristodemo y Pantitas sufrieron deshonra y humillación. No eran auténticos lacedemonios porque no murieron con sus compatriotas y se les consideró cobardes, el peor insulto para un espartano. Las lenguas viperinas hicieron el resto, se llegó a inventar que ambos habían sido enviados como mensajeros y que se habían retrasado a propósito para evitar la batalla.
Los hombres que habían rehusado luchar eran considerados "tresantes"; que significaba "tembloroso" y eran despreciados pues constituían el polo opuesto del ideal hoplita. Se les obligaba a identificarse con parches de color en sus capas carmesí. Todos los Iguales los evitaban y hasta sus compañeros de sisition (camaradas de barracón) se negaban a hablarles. No podían tener cargos públicos ni ganar pleitos por insultos e injurias. Se les negaba el poder llegar a acuerdos legales con otros espartanos y mucho menos a aspirar al matrimonio. Aristodemo sufría por el futuro de su prole, pues nadie querría desposar a sus hijas con los descendientes de un "tembloroso". Pantitas no soportó la humillación y se ahorcó. El otro encajó la verguenza y espero el momento de limpiar su nombre.
La oportunidad que ansiaba le llegó al año siguiente. Los éforos intentaron reunir el ejército más numeroso posible para marchar con el regente Pausanias a Platea. Se reclutó a todos los ciudadanos por debajo de los 40 años, dejando a los más viejos en Esparta en caso de una rebelión mesenia. A pesar de las acusaciones y el rechazo, fue llamado y marchó con su lochos (formación de 1000 hombres) al enfrentamiento contra los medos. Los hombres aún le volvían la espalda; su único compañero era su sirviente ilota, que le cocinaba y cargaba con su equipo. Mientras se aproximaba al campamento persa; en las llanuras de Beocia sólo una idea ocupaba su mente, demostrar que no era un cobarde sino un auténtico espartano. Un acto de valentía le permitiría recuperar su honor y no le importaba morir en él, lo hacía por el bien de su familia.
Pausanias situó su ejército en las colinas frente a Platea, pero los ataques de la caballería le forzaron a una retirada nocturna. El ala derecha compuesta por espartanos y tegeos se retrasó y los orientales les interceptaron al amanecer. Los persas hicieron un muro de escudos de mimbre a tiro de arco y lanzaron sin cesar una lluvia de flechas sobre las filas espartanas. Aguantaron bien los lacedemonios frente a ellos esperando la orden para cargar. Pausanias esperaba los refuerzos del grueso del ejército, pero éste combatía ya al otro extremo del campo de la batalla. Según Herodoto, antes de cargar, el general y sus adivinos necesitaban encontrar presagios favorables en las vísceras de cabras sacrificadas, pero no las encontraban. Los guerreros se impacientaban mientras Pausanias hacía un sacrificio tras otro, los augures sólo daban malas señales.
Un hombre no pudo esperar más y rompió la línea de su lochos, cargando contra los persas. A su izquierda los intrépidos tegeos se lanzaron hacia delante y Pausanias tuvo que ordenar cargar a los espartanos. Al final de la batalla, el ala derecha que se había quedado aislada había derrotado al enemigo. Allí quedó muerto el comandante persa Mardonio y con su gesta dieron la victoria a los helenos. El valiente que cargó en solitario y había arrastrado a todos los demás fue Aristodemo. Murió en el combate, pero antes de caer se llevó a numerosos enemigos por delante. Herodoto afirma que Aristodemo fue el más valiente ese día; pero claro, él era de Halicarnaso. Sus conciudadanos se negaron a rendirle honores pues había vuelto a desobedecer, impelido ahora por su necesidad a morir y al romper la unidad de su lochos, puso en peligro a la formación. Había fracasado en la obediencia y la disciplina y pese a su valerosa gesta, su tumba y la de sus sucesores no fueron señaladas para el recuerdo de las generaciones futuras. Gracias al padre de la historia Herodoto, nuestro protagonista alcanzó la fama imperecedera que tanto anhelaba.
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