Dom Agustín Calmet. |
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sábado, 29 de marzo de 2014
Tratados sobre Vampiros. El Término Vampiro.
Uno de los casos de vampirismo más conocidos en su época fue el de mi tío Arnold Paole y tuvo tal repercusión que en diciembre de 1731 se inicio una investigación oficial bajo el título de Visum y Repertum; redactado por el médico militar Fluckinger y rubricado por diversos oficiales de la compañía de los heiducos y que fue enviado al consejo de guerra de Belgrado. Publicado en 1732 y reeditado varias veces suscito una gran curiosidad en la clase dirigente de Europa occidental. Carlos IV, el emperador de Austria, siguió muy de cerca el caso y Luis XIV, rey de Francia, encargó al duque de Richelieu la elaboración de un informe detallado con los resultados de la investigación junto a otro caso anterior, el del campesino búlgaro Pedro Plogojowitz, acusado de matar a ocho personas. La revista Le Glaneur; publicación franco holandesa muy leída en Versalles, expuso el caso Paole con todo lujo de detalles en el número tres de marzo de 1732. La palabra vampiro (vampyre) se utilizó por primera vez en lengua francesa y ese mismo año el London Journal (11 de marzo) intodujo la palabra vampiro a la lengua inglesa. Ambos casos y otros similares inspiraron en Occidente una serie de tratados y "disertaciones" sobre la cuestión y trajeron discusiones airadas en los círculos literarios y las universidades. En el siglo del triunfo de la razón esas anécdotas eran anotadas, enumeradas y analizadas en obras más o menos eruditas cuyos autores eran mayoritariamente médicos y eclesiásticos de renombre.El primero fue publicado en Leizping, la Dissertatio historica-philosophica de Masticatione Mortuorum (1679), de Philip Rohr, que intentaba explicar el fenómeno de los muertos que masticaban en su tumba por posesión diabólica. Michael Ranft con " De Masticatione Mortuorum in Tumulis Liber" (1728) refuta las tesis de Rohr afirmando que si bien los muertos pueden actuar sobre los vivos, en ningún caso pueden aparecerse a éstos bajo una forma tangible y que el demonio no tiene poder sobre los difuntos. Otros tratados posteriores fueron la Dissertatio Physica de Cadaveribus Sanguisiguis de Johan Christian Stock (1732) y la Dissertatio de Vampiris Serviensibus de Johann Heinrich Zopft (1733).
Ante esta avalancha de estudios científicos la Iglesia no permaneció muda. La obra más célebre sin duda es el Tratado sobre los vampiros (1746) del monje benedictino dom Agustín Calmet (1672-1757) de la abadía de Sénones y reconocido exégeta de la Biblia. Presenta un impresionante número de "casos de vampirismo" y su obra es de un gran interés para historiadores, sociólogos y antropólogos. Otros eclesiásticos dieron una especie de consagración oficial al vampirismo desde el punto oficial de la Iglesia. Encontramos a Guiseppe Davanzati, arzobispo de Florencia y patriarca de Alejandria, con Dissertatione sopra i vampiri (1774) y especialmente el papa Benedicto XIV, Prospero Lambertini, que dedica algunas páginas a los vampiros para refutar su existencia en el nombre de la razón, sobre todo en el libro IV de la segunda edición de su voluminoso De Servorum Dei Beitificatione et de Beatorum Canonizatione (1749). Esto indignó a los ilustrados franceses que contraatacaron. Voltaire mostró su indigación en su Diccionario filosófico y Rousseau se queja formalmente mediante una carta al arzobispo de París; eso fue antes de que yo los visitara. Todos estos escritos dieron a conocer al público de Occidente estos personajes que hasta la fecha sólo habían oído de labios de algunos viajeros o de ciertos diplomáticos. Introdujeron el término para designar a estos espectros corpóreos chupadores de sangre escritos de diversas manera (vampyr, vampyre, Wampire...,etc) y su equivalente latino vampirus se empieza a utilizar sistemáticamente a partir de 1732, después del caso Arnold Paole he impulsaran y serán fuente de inspiración para los escritores del S. XIX.
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