domingo, 16 de noviembre de 2014

Diego de Torres Villarroel.
















Quizás sea uno de los personajes más interesantes de los que deambulan por el antro. Le gusta vivir aislado en el último mausoleo; en la esquina aunque a veces le gusta empinar el codo y nos relata unas vivencias muy extrañas; que ya es decir. Nació en el S.XVIII español y a lo largo de su vida probó las salsas de todas las mesas. Nació en Salamanca en 1694 y murió en 1770. Era hijo de un librero y pasó su infancia rodeada de éstos, compañía que no abandonó nunca. Se conocen bien sus hechos, ya que escribió una autobiografía que se tiene como una de las grandes joyas de la literatura española. La Guerra de Sucesión produjo la ruina de la industria familiar y Don Diego ingresó en la Universidad de Salamanca. Allí vivió tremendos enredos y fechorías que le obligaron a exiliarse a Portugal una buena temporada. Sobrevivió como curandero, sacristán, bailarín he incluso hasta de torero. Cuando sus familiares le obligaron a sentar la cabeza descubrió que las alternativas que se le ofrecían no eran de su gusto, no le atraía nada ser clérigo, ni soldado, ni burócrata, decidió ser escritor y vivir del noble arte de las letras.





No buscaba la gloria literaria sino de algo que se pudiera vender por su utilidad. En 1718 publicó "Ramillete de los Astros", el primer almanaque con predicciones astrológicas de la larga serie que brotaría de su incansable pluma. Dos años después se plantó en la Corte confiando en su buena estrella y tuvo la suerte de ser requerido por una paisana suya, la condesa de los Arcos. En su palacio se producían fenómenos extraños, unos golpes tremendos que la condesa atribuía a los duendes. Esto lo puso en contacto con algunos sectores de la aristocracia madrileña y progresó socialmente, pero su impulso decisivo tuvo lugar cuando el vulgo vio en una de sus profecías astrológicas la muerte del joven rey Luis I.


Cortesanos (S.XVIII)

Los años que siguieron fueron de los más complejos del siglo y se vio envuelto en toda clase de líos políticos y económicos. Tanto se amargó su vida que no tuvo más remedio que regresar como docente a la Universidad de Salamanca. Allí tardó poco en granjearse la enemistad general por su carácter indómito, burlón y crítico. Aunque siguió publicando sus almanaques, dio a la imprenta otras obras de distinta naturaleza en las que satirizaba y criticaba a sus múltiples enemigos de forma más o menos velada. Al final se reunieron tantos contra él que tuvo que actuar la Inquisición en 1743, que retiró del mercado una de sus mejores obras y su periódico: el " Piscator historial de Salamanca". Se deprimió profundamente, enfermó y terminó ordenándose sacerdote. Ya apenas volvería a escribir y acabó sus días como administrador del Duque de Alba para poder alimentar a su larga parentela. Murió afligido después de la defunción de su sobrino Isidoro, al que quería como el hijo que nunca llegó a tener.




Lo más asombroso ocurrió veinte años después de su muerte, uno de los acontecimientos que había vaticinado en una de sus predicciones versificadas se cumplió:



                                             "Cuando los mil contarás
                                             con los trescientos doblados
                                             y cincuenta duplicados,
                                             con los nueve dieces más,
                                             entonces, tú lo verás,
                                             mísera Francia, te espera
                                             tu calamidad postrera
                                             con tu rey y tu delfín,
                                             y tendrá entonces su fin
                                             tu mayor gloria primera".


Había estallado la Revolución Francesa : 1000+600+100+90= 1790.






Los Globos de Fuego.

En su época, Diego Torres de Villarroel era la persona más indicada ante fenómenos inexplicables y misteriosos. Gracias a él quedó memoria de suceso inusitado, leamos sus palabras y saque cada cual su propia conclusión. Hasta la próxima.


"El día 2 de noviembre, a las 11 y 30 minutos de la noche, observé yo desde este Orizonte Salmantino, en la parte meridiana y entre el signo de Cáncer y el León, y parte de la constelación de Virgo, un estupendo Globo de Fuego, tan soberbio como el edificio más suntuoso de la Corte. Estaban de colaterales a este Promontorio dos ráfagas o columnas que a la vista me parecían que subían y baxaban, y adquirían con el movimiento mayor luz y claridad. El color de las columnas era vario, porque ya aparecía verde, ya encarnado, y en la cima superior del Globo se registraban dos grandes llamas cerúleas y del color del fuego. La tierra me pareció que vomitaba el infierno que tiene en sus entrañas, según las arqueadas de lumbre que despedía a las dos de la mañana, que a esta hora se encendió todo el Globo, y se unieron las columnas; y su duración fue hasta las quatro y media. Esto es lo que yo he visto".








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