La imagen, llegada a Tenerife desde Madrid en el año 1661 por Tomás Perera de Castro, creó ciertos recelos ya que representa un hombre desnudo abrazado a la cruz,
vivo a pesar de sangrar abundantemente por sus llagas abiertas en las
manos, pies, rodillas y espaldas, más la de una lanzada en el costado, y
cuyo pie izquierdo aplasta una calavera en torno a la cual se arrollaba una serpiente con manzana en la boca. Su iconografía es única en el archipiélago, dicha representación se basa en la iconografía del Varón de dolores y la escultura se atribuye a Domingo de la Rioja.
La Santa Inquisición y el Cristo de Tacoronte
Insólita y desconocida, dicha talla causó preocupación a los comisarios del Santo Oficio de Canarias
tan aparentemente anómala representación de Jesucristo. La extrañeza de
los inquisidores aumentaba al considerar cómo podía estar el Redentor a
un mismo tiempo triunfando en su Pasión y doloroso, y cómo tal
"irregularidad" podía adaptarse al texto escriturístico (Evangelios). Algunos inquisidores juzgaron de horrible y sangrienta dicha representación cristológica.
El Santo Tribunal de Canarias envió a cuatro calificadores a reconocer la imagen, cuya censura remitió a la Suprema el 24 de abril de 1662. Don Tomás Pereyra de Castro
que fue quién trajo al Santísimo Cristo a la isla de Tenerife les
explicó a los inquisidores canarios de las nuevas innovaciones del arte
cristiano que se estaba desarrollando en esa época en la España peninsular
y que dado el aislamiento del Archipiélago Canario, aún no se conocía
dicha iconografía en el archipiélago, de ahí la extrañeza de los
inquisidores del Santo Oficio. Más tarde la inquisición autorizó el
culto público y solemne a esta representación de Jesucristo.
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