lunes, 24 de noviembre de 2014

Los Partos y la Batalla de Carras.



El pueblo de los parnos, que las fuentes griegas y romanas denominan partos, formaban parte de los dahes; una confederación de pueblos seminómadas que ocupaban desde tiempos antiguos las estepas al este del mar Caspio. Esta tribu atacó a mediados del S.III a.C a los reyes griegos de las dinastía seléucida; que se habían hecho con el poder de los territorios orientales conquistados por Alejandro Magno. Siguiendo a su rey Arseces I, los parnos conquistaron la antigua satrapía de Partia, con cuyo nombre serán conocidos desde ese momento. Nació así una nueva dinastía, la arsácida. Desde este núcleo territorial, situado en el noroeste del actual Irán, consiguieron subyugar a lo largo de todo el S. II a.C tanto Mesopotamia como Persia. Llegaron a gobernar un amplio territorio que se extendía desde el Éufrates hasta el río Indo. Su temible ejército estaba formado principalmente por hábiles jinetes arqueros y por la poderosa caballería pesada catafracta, que fueron el garante de continuidad de un régimen que perduró hasta el S. III d.C y que se enfrentó con éxito en numerosas ocasiones a las legiones romanas, el ejército más poderoso y disciplinado de la época.





En este punto de la historia encontramos a un viejo conocido, Marco Licinio Craso, que en el año 60 a.C formó con César y Pompeyo el primer triunvirato. En el año 54 se repartieron los dominios de Roma, así César obtuvo las Galias, Pompeyo Hispania y Craso la provincia de Siria. El hombre más rico de Roma partió a sus dominios; sexagenario, fisicamente sordo y espiritualmente ciego, junto a su hijo Publio en busca del triunfo, un reconocimiento que aún no había logrado, ya que cuando luchó contra Espartaco sólo había recibido la ovación, una distinción menor. Ese mismo año inició una precampaña con el objetivo de invadir Partia. Aunque no tenía casus belli, necesitaba victorias para cimentar su poder como triunviro de Roma. Con siete legiones (35.000 hombres), cuatro mil jinetes; mil de ellos galos y cuatro mil tropas ligeras auxiliares, cruzó el río Éufrates en Zeugma y conquistó territorio de la Mesopotamia hasta el río Balissos, tomando las ciudades de Carras, Zenodotio, Niceforio, Icnas y Bacnas Allí dejó siete mil soldados de infanteria y mil de caballería como guarnición y regresó a Siria a pasar el invierno.



El temible disparo parto. Sus jinetes eran especialistas en este tipo de disparo con arco. Consistía en girarse y disparar al enemigo mientras se retiraban. En la imagen plato sasánida con arquero. Museo Arqueológico de Teherán.

El 9 de julio del año 53 a.C marchó con todo su ejército, pero en el desierto les esperaba un hábil general que según algunos se pintaba el rostro como una mujer. Su nombre no es conocido, pero las fuentes grecorromanas lo denominan Surena. Es un título hereditario que ostentaba su general, Suren, que lo destacaba como el noble más importante del Imperio parto, jefe de uno de sus grandes siete clanes y mano derecha del rey Orodes II. Tenía bajo sus órdenes un contingente militar formado por mil jinetes de caballería pesada y nueve mil arqueros a caballo.



La temida caballería catafracta. En la estepa Euroasiática, los nómadas sármatas iniciaron la costumbre de proteger a sus jinetes y monturas con armaduras de cuero. Pronto, los pueblos iranios como los partos hicieron lo mismo usando bronce y hierro. Los griegos los llamaron kataphraktoi (catafractos); que significa totalmente cubiertos. Los romanos los bautizaron como clinabarii (hombres horno), en referencia a la terrible experiencia de llevar tan pesada armadura en un clima desértico. Cargaban en formación cerrada y su sola presencia provocaba temor entre sus enemigos. Los jinetes llevaban cascos metálicos con protección para el cuello y armadura de escamas, cota de malla o una combinación de ambas y protegían brazos y piernas con armadura segmentada. Llevaban una larga lanza de 3,5 mt. de largo (kontos) que se sujetaba con ambas manos, al estilo sármata(los sasánidas posteriores la ataban a la silla para que el caballo absorviera el golpe) y cuando se les quebraba usaban sus largas espadas. El caballo se protegía con escamas de bronce o de hierro. Se prefería la primera, ya que el sudor del caballo oxidaba facilmente el hierro.

                                                La Batalla de Carras.


El lugar en el que se desarrolló la contienda fue el desierto cercano a la ciudad de Carras, la actual Harran, en Turquía, seguramente en las inmediaciones del río Balissos (Belik). Es difícil comprender qué llevó a un ejército de infantería tan numeroso como era el romano a emprender una marcha por el desierto en una época del año tan desfavorable y enfrentarse a un enemigo con mayor movilidad y que conocía tan bien el terreno. Las fuentes lo achacan a la incapacidad militar de Craso y a los engaños de un aliado árabe, el rey Ariamnes, que traicionó al general romano. No tuvo en cuenta los consejos de sus lugartenientes ni de su aliado, el rey armenio Artavasdes II, que aconsejaba atacar Partia por el norte, un terreno más propicio para la infantería romana.





Siguió los consejos del rey traidor que trabajaba para los partos y en vez de seguir el curso del río; lo que hubiera sido lo más ventajoso para sus legionarios, prefirió perseguir al enemigo por el desierto. Cuando los dos ejércitos se encontraron, Craso decidió formar un inmenso cuadrado con doce cohortes en cada lado con su correspondiente apoyo de caballería e infantería ligera, evitando así que sus tropas fuesen superadas por los flancos. El resto del ejército, junto con el tren de avituallamiento se situaron en el interior del cuadrado y Surena cambió su plan de ataque y en vez de enviar primero a los catafractos como tenía pensado, lanzó contra los romanos a sus jinetes arqueros. Éstos se dedicaron todo el combate a cabalgar delante de sus enemigos disparando sus potentes arcos compuestos, que podían traspasar las corazas y los escudos de los legionarios, mientras se mantenían fuera del alcance de los proyectiles adversarios. Además combinaban las trayectorias con las que lanzaban las flechas, mientras unos hacían tiros elevados, otros apuntaban directamente a sus enemigos. El resultado fue una constante lluvia de proyectiles que dificultaba una defensa efectiva por parte de los legionarios.






Al principio resistieron estoicamente el continuo ataque de los partos con la esperanza de que los arqueros se quedaran sin proyectiles, como era lo habitual. Pero enfrente tenían a un líder inteligente que había contado con esa eventualidad y por eso había pertrechado un contingente de mil camellos cargados con alforjas repletas de flechas acompañando a su ejército. Así, cuando los jinetes vaciaban sus aljabas podían recargar en este depósito móvil y retornar a su particular tiro al blanco. Para salir de su dramática situación, los romanos intentaron con frecuencia acercarse a los arqueros a caballo. En estos casos, los jinetes se retiraban a la vez que llevaban a cabo el famoso "disparo parto", que consistía en volverse en la silla y seguir aseteando al enemigo incluso en la huida. A la vez que se producía la rápida escapada de los arqueros, los catafractos entraban en acción y cargaban contra el contingente que se había separado del inmenso cuadrado, de tal forma que los legionarios eran eliminados o se veían forzados a regresar a las filas.




























En esta difícil situación, Craso decidió enviar a su propio hijo al frente de los mil jinetes galos, trescientos caballeros romanos, ocho cohortes y quinientos arqueros a buscar un enfrentamiento directo con el enemigo y evitar que su ejército se viera completamente rodeado. Al principio la maniobra pareció tener éxito, pues los partos ante el rápido avance de Publio Craso se retiraron. Sin embargo se trataba de otra estrategia de Surena, que con una huida fingida, había alejado a los romanos del grueso de su contingente. Los rodeó con toda su caballería y comenzó a castigarlos con sus arqueros. Los jinetes galos, a pesar de ser mercenarios temibles y veteranos, tampoco pudieron ofrecer resistencia a los catafractos que cargaban con sus largas picas sobre unos adversarios que no tenían casi ninguna armadura. Se produjeron lances terribles, pero al final se impuso la superioridad parta. Los que habían cargado contra los enemigos fueron exterminados y Publio se refugió en una loma con los últimos supervivientes y allí optó por el suicidio.







Durante el tiempo que duró esta lucha, el grueso del ejército romano había tenido un respiro que Craso aprovechó para disponer sus legiones en línea y avanzar contra el rival. Las tropas parecían cobrar la moral y deseaban entrar en combate, cuando los jinetes enemigos retornaron con la cabeza del hijo del general clavada en una pica. La batalla continuó durante el resto del día, pero los legionarios no pudieron entablar un combate directo, más ventajoso para la infantería, y siguieron sufriendo bajas. Las hostilidades se detuvieron al caer la noche, cuando los arqueros no podían apuntar correctamente y se alejaron para pernoctar lejos de los romanos. Acabó así el día con una terrible derrota para las legiones cuyas consecuencias aumentaron por la desastrosa forma en la que se llevó a cabo la retirada. Cuatro mil heridos fueron abandonados y cuatro cohortes se separaron del resto siendo exterminadas. La mayoría de los supervivientes se encaminaron entonces hacia Carras, pero Surena bloqueó la ciudad. Los romanos intentaron resistir esa noche y aunque unos diez mil lograron escapar de la ciudad sitiada, su general Craso fue atrapado y asesinado. De los cerca de cuarenta mil soldados que cruzaron el Éufrates en busca de la gloria y el triunfo prometido por Craso, unos veinte mil perdieron la vida y otros diez mil cayeron prisioneros.




La muerte de Craso rompió el equilibrio entre los triunviros. La guerra civil entre César y Pompeyo era ya inevitable.


El trágico final de Craso.

Ya en el artículo de Espartaco dí una breve descripción sobre su final, pero aquí en el antro estamos continuamente recopilando datos y aquí dejo dos  nuevas reseñas. Según Dión Casio, una vez que los partos le hubieron dado muerte y para burlarse de la avaricia del general vertieron oro fundido por su garganta. Plutarco cuenta que la cabeza y la mano de Craso fueron enviadas al rey parto Orodes II. Fue mostrada en el banquete de bodas del hijo del soberano, el príncipe Pacoro que contraía nunpcias con la hija del rey de Armenia. Se representaba en esos momentos la tragedia Las Bacantes, de Eurípides. La extremidad fue lanzada al escenario, allí la cogió el actor Jason de Tralles que recitó con ella en la mano: "Traigo desde el monte un tallo recién cortado para el palacio, caza bienaventurada".








Malos augurios y estratagemas.

Plutarco nos cuenta varios detalles curiosos de el día de la batalla. Marco Craso se presentó vestido de negro y no de púrpura, que era el color habitual entre los generales romanos. Sus lugartenientes le advirtieron del mal augurio que eso representaba y Craso se mudó de vestiduras rapidamente. Los presagios funestos continuaron y al parecer, cuando el ejército romano se puso en marcha, "algunas de las enseñas no pudieron ser movidas, sino con gran dificultad por los que las llevaban, de lo que rió Craso y avivó la marcha....". Pero las sorpresas no acabaron aquí para los romanos, que no se dieron cuenta de la cercanía del ejército parto porque "Surena había ocultado el resplandor de las armas, haciendo que los soldados se pusieran sobrerropas y zamarras". Una vez cerca de los romanos, los partos hicieron algarabía con trompas de bronce causando el terror en las legiones y entonces, como por arte de magia, "quitando repentinamente las sobrerropas que cubrían las armas aparecieron brillantes los enemigos con yelmos y corazas de hierro, de extraordinario resplandor". Sí es cierto lo que nos cuenta Plutarco, estamos ante un gran estratega, lástima que la historia sólo nos  dejara su título y no su nombre.



Orodes II invadió Armenia tras vencer a Craso y obligó al rey Artavasdes II a establecer una alianza con Partia. En el 51 a.C saqueó la provincia romana de Siria, hasta que el cuestor Casio logró expulsarlos. Rostro del rey. Museo de la moneda. Zurich.






La capital de los partos, Ctesifonte, estaba situada en el actual Irak. Hoy en día sólo queda en pie la fachada de este bello palacio. ¿Estará aún ahí?.


Bibliografía.

*"Vidas Paralelas". Plutarco. V5.

*"Armas de Grecia y Roma". F. Quesada Sanz.

*"La Batalla de Carras". Artículo de Fernando Lozano.

* "Roma Antigua". Varios autores.

*"Batallas Decisivas". J.F.C. Fuller.







"¿Pues qué creéis, que esto es caminar por la Campania y echáis de menos sus fuentes y arroyos? ¿ No os acordáis de que nuestra marcha es por los linderos de los árabes y asirios?". Así se mofaba Ariamnes de Craso mientras lo conducía a la trampa según Plutarco. Hasta la próxima amigos del antro.












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