martes, 14 de octubre de 2014

La Muerte en el Antiguo Egipto.


Para los egipcios la muerte suponía la separación de las cinco partes esenciales de las que constaba el individuo. Tres de ellas estaban directamente vinculadas con la condición material del ser humano: el cuerpo (khet), la sombra (shut) y el nombre (ren). Tras la muerte, el cuerpo se trataba para resistir el paso del tiempo. Pero no solamente era cuerpo, sino que estaba vinculado a componentes espirituales mas complejos. Indisociable a él durante toda su existencia era la sombra, una imagen en negativo que en ocasiones reemplazaba al difunto. El nombre era indispensable para ser reconocido y recordado y uno de los peores castigos que se le podia inflingir a un egipcio era atentar contra su nombre, destruirlo alli donde estaba escrito, ya que caía en un olvido que era peor que la propia muerte. Las partes inmateriales del hombre residían en dos entidades. La parte anímica era el ka, una porción de la energía universal cósmica que se depositaba en el recien nacido y que no lo abandonaba hasta su muerte. Era el principio vital por excelencia y todos los seres vivos tenían el mismo ka, que se representaba con dos brazos dirigidos hacia arriba. Este componente esencial siempre acompañaba a la persona pero cuando se producía el óbito, se separaba del cuerpo y era imprescindible volverlos a reunir. En sustitución del cadáver y en previsión de que éste no perdurara por fallos en la momificación, las estatuas actuaban como soportes del ka y era necesario alimentarlo para que sobreviviera, lo que explica las representaciones del muerto ante una mesa de ofrendas alimentarias. El ba era la segunda parte espiritual del individuo que comprendía al conjunto de peculiaridades íntimas de la persona, hoy diríamos su personalidad. El ba; los griegos la equipararon a la psique ante la imposibilidad de traducirla, es más dinámico que el ka y sale a menudo de la tumba para establecer contacto con los vivos. Se le representa en forma de ave con la cabeza del difunto, forma que utilizaron los árabes preislámicos para dar forma a las fantasmagóricas neft. Así pues, la conservación del cuerpo mediante la momificación era una condición indispensable para aspirar al Más Allá; con ello se aseguraba la identidad del individuo, de su imagen terrenal y la reunión de los componentes dispersos del cuerpo.



Mitos y rituales.

Como muchas civilizaciones, los egipcios recurrieron al mito para justificar alguna de sus prácticas rituales, como sucedía con la momificación y esta se sustentaba en el mito de Osiris, el dios que muere antes de volver a la vida. Set lo descuartizó y dispersó sus fragmentos por todo Egipto. Su amada esposa y hermana Isis, junto a Anubis y Neftis recuperaron los fragmentos. Reconstruyó el cadáver para garantizar un soporte material idéntico a su imagen viva pero le faltaba el miembro viril. Pero Isis la maga restituyó su virilidad, tomó forma de pájaro (un milano) y se colocó sobre el cuerpo inerte del dios para reanimarlo. Así fue fecundada y concibió a Horus, su hijo y heredero. Fue por lo tanto la primera momia y los difuntos podían acceder a la vida eterna al ser momificados como la divinidad. Pero la noción de renacimiento no sólo tenía que ver con el mito osiríaco, sino que también estaba vinculada con los ciclos periódicos de la naturaleza, en la que la religión egipcia trataba de integrar al hombre. El dios del sol Re nacía cada día en oriente y tras recorrer la bóveda celeste durante las doce horas diurnas moría en occidente, para atravesar después el inframundo. Era un lugar peligroso donde acechaban los enemigos del sol. Durante este largo viaje de doce horas nocturnas, Re, asimilado a Osiris, estaba acompañado por las almas de los difuntos y vencía a sus adversarios para renacer en un nuevo día ( no es por mero azar que las necrópolis se ubicaran en los desiertos occidentales, allí donde el sol muere cada día). De la misma manera, la crecida anual del Nilo, que depositaba su limo fértil sobre el desierto y permitía el milagro de la cosecha abundante.  Esta continuidad de aridez y fertilidad, luz y oscuridad que los egipcios vivían en su vida cotidiana se identificó con la muerte y el renacimiento.





El difunto, para ser asimilado a Osiris y renacer como él, tenía que demostrar que su vida y sus acciones estaban en consonancia con el maat; noción que se identifica con la justicia, el orden cósmico y la verdad. Era juzgado por un tribunal de 42 jueces presididos por Osiris. Durante la vista, tenía lugar el pesado del alma (psicostasia), una escena representada miles de veces por los artistas egipcios.  En el centro aparece el dios Anubis con una balanza, en uno de los platos se deposita el corazón; la manifestación material de su inteligencia y sentimientos, en el otro, una pluma de avestruz que representa a la diosa Maat. El dios Tot, inventor de la escritura, presenta el resultado al difunto y lo registra. En ese momento, el fallecido recita la llamada "confesión negativa", una relación de las malas acciones que no ha cometido. Si el corazón pesa más que la pluma, la sentencia es adversa y el terrible ser híbrido Ammit; con cabeza de cocodrilo y cuerpo de dos animales (león en su mitad delantera e hipopótamo la trasera), devora el corazón y el reo morirá para siempre. Si el corazón y la pluma son igual de ligeros, el difunto es considerado "justo de voz" (puro de alma). Gozará de la eternidad en los campos de Ialu, donde los árboles siempre estan colmados de frutos, las aguas del río estan repletas de peces y los campos siempre estan en flor.



   La momificación.

   Tras la defunción se procedía a un meticuloso ritual de momificación, se prolongaba durante setenta días y constaba de dos partes bien diferenciadas: la preparación del cuerpo y su posterior vendaje. Su desarrollo era un secreto que no debía profanarse y fueron dos autores griegos, Heródoto y Diodoro de Sicilia, quienes nos han transmitido por sus fuentes escritas todo lo relacionado con las técnicas de momificación. Todas las operaciones estaban supervisadas por el embalsamador divino, Anubis, representado por el sacerdote Superior de los Misterios. A partir del Imperio Nuevo y debido a una gran bonanza económica, la muerte no es privilegio de las clases dirigentes y encontramos tres clases de embalsamamiento. A los ricos se les preparaba el cuerpo con sumo esmero. los más pobres tenían que contentarse con una limpieza abrasiva de las entrañas y un baño de natrón; una sal empleada para secar el cuerpo. El proceso medio consistía en inyectar aceite de cedro en el abdomen mientras se deshidrataba el cuerpo con natrón. Cuando se retiraba el aceite, éste arrastraba consigo los órganos internos descompuestos, luego se vendaba el cadáver. Independientemente de los procesos de embalsamamiento, la momias debían protegerse preventivamente con fórmulas mágicas y amuletos (ya fuesen objetos reales o representados como imágenes) que garantizen la conservación mágica del cuerpo.

  El funeral.

   El muerto era trasladado del taller de los embalsamadores a su tumba en el transcurso de una procesión solemne, de la que se conservan múltiples representaciones. El cuerpo es instalado sobre un trineo , a veces en forma de barca, bajo un dosel de vivos colores. El cortejo fúnebre inicia la marcha pausadamente hacia la necrópolis. Una pareja de bueyes transporta el catafalco junto con la capilla que contiene los vasos canopes con las vísceras del difunto y el enigmatico teneku (ya tratado en este blog). Un sacerdote abría la marcha, ofreciendo libaciones e incienso, le siguen la familia, los amigos, las plañideras y otros sacerdotes que acompañaban al fallecido a la eternidad; así llamaban los egipcios a la tumba. Transportan los objetos personales y el ajuar funerario que el difunto necesitará en su nueva vida: joyas, vestidos, armas, muebles, ushebtis (las estatuillas que se convierten en servidores en el Más Allá) y ramos de flores que significan el renacimiento, además de comida y bebida para alimentar el ka del fallecido. La comitiva se detiene en capillas y templos, ante los que se hacen sacrificios y se recitan letanías y oraciones. Dos figurantes colocados junto al catafalco rememoran el dolor de Isis y Neftis llorando a su hermano Osiris, pues el objetivo final de la momificación no es otro que equiparar al difunto con el dios de los muertos y compartir su destino.




Al llegar a la tumba se procede al ritual de la apertura de boca(según Heródoto con una especie de cuchara en forma de cruz ansada), que preside y dirige el heredero del difunto en un acto final de piedad que toma la forma de drama representado. El heredero oficia como sacerdote desem; ataviado con una piel de felino, purifica el cadáver y procede a un ritual que tiene como fin devolver la vida y los sentidos a la momia, soporte del ka, la esencia vital. Durante el Imperio Nuevo la ceremonia se realizaba en un lugar cercano a la tumba, donde se colocaba el sarcófago erguido sobre un montón de arena; evocación de la colina-tumba de Osiris, con la cara dirigida hacia el sur. Frente a ella se hallaban la mesa con el instrumental necesario para practicar el rito y las mesas de ofrendas con la comida funeraria que se consumirá en el agapé final. La ceremonía requería una preparación compleja, que incluía purificaciones, el uso de incienso, aplicación de ungüentos....El protagonista del drama es la momia, pero en ciertas épocas lo es también su estatua. Mientras pronuncia oraciones y palabras mágicas, el sacerdote sem toca con una azada (instrumento típico de los escultores) la boca, los ojos, la nariz y las orejas de la momia. Así el difunto recobra los sentidos, contempla el mundo de los vivos y lo más importante, recibe las ofrendas alimenticias, de manera que no volverá a morir y podrá vivir millones de años, eternamente. El sacerdote lector, hery heb, es quién marca el ritmo de los diferentes actos; en los papiros sagrados que lee está pautada toda la representacion, con las plegarias y oraciones que se deben recitar en todo momento. Otro sacerdote, el imy is, se ocupa de facilitar el instrumental a los oficiantes. El coro de plañideras, con las representantes de Isis y Neftis, acompaña la ceremonia con cánticos y llantos. Se ofrece la pata delantera derecha de un toro sacrificado como primer alimento para el ka del muerto renacido en un intento mágico de transmitirle la energía y la potencia de este animal. Concluida la ceremonia, el difunto será introducido en su tumba, rodeado de todos aquellos objetos que asegurarán su existencia de millones de años, su vida eterna más allá del tiempo.


         
 Bueno, la próxima vez hablaré sobre las tumbas, hoy venía Isis por el antro y oigo demasiados gritos de pelea por ahí, no todos los días nos visita una bella diosa cuyo marido no tiene.........

Vasos canopes. Contenían el hígado, el estómago, los pulmones y los intestinos de la momia. Sus tapas representan al difunto y desde la dinastía XIX a los cuatro hijos de Horus.



Entre las vendas se depositaban amuletos y también se depositaban joyas en las tumbas. Tenían un significado mágico y protector.




Representaciones talladas en madera, derivan de las estatuillas de sirvientes aparecidas hacia el 2.500 a.C. en las sepulturas

Ushebtis. Figuras con los brazos cruzados sobre el pecho, sustituían al muerto cuando era llamado cada mañana a realizar diversos trabajos en el paraíso de los egipcios.


Senet, este popular juego es mencionado en el cap. 17 del Libro de los Muertos en relación con Osiris y el inframundo: la victoria del difunto en el juego equivaldría a su entrada en el Más Allá. Indispensable en el ajuar funerario.





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