martes, 16 de julio de 2013

La Estética de lo Macabro: El Gótico.





Horace Walpole
El cuento de miedo no surgió como género autónomo hasta bien entrado el siglo XVIII, aunque elementos terroríficos y sobrenaturales pueden rastrearse en el folklore de todos los pueblos, bajo formas preferentemente métricas, desde baladas, crónicas y leyendas, incluyendo textos mitológicos o sagrados. La publicación en 1764 de "El Castillo de Otranto", de Horace Walpole ,marcó el punto de partida de lo que pronto se denominaría novela gótica o negra, por el entorno de sus historias y su marcado gusto por lo macabro. La obra dotada de un estilo simple y puro nos la presentaba el novelista como una traducción basada en un texto impreso en Nápoles en 1529 y encontrado en una biblioteca inglesa. Al citar una fuente ajena, el autor intentaba avalar la veracidad del relato y nos situaba la acción en una fortaleza medieval italiana de la época de las cruzadas. Así comenzó entre los lectores un generalizado entusiasmo por la Edad Media y sus ruinas. Se extendió primero por Inglaterra y luego por todo el continente europeo; principalmente por Alemania. El nuevo género creó una válvula de escape a la cruda realidad y proporcionaba a sus incondicionales el retorno a una tenebrosa época histórica definitivamente periclitada pero no olvidada. Frente al materialismo ateo que imperaba en Europa, los góticos optaron por el irracionalismo y la barbarie del Medievo. Época en la que los prodigios y las maravillas estaban a la orden del día debido a la desmesurada credulidad de sus gentes. Basándose en antiguos romances y leyendas piadosas, la ficción gótica consiguió unir el tono imponente de los libros antiguos de Caballería con la acertada exhibición del carácter humano y el contraste de sentimientos del mismo, perfectamente delineados en la novela moderna. La escuela que generó Horace se propagó y adquirió unos rasgos característicos propios dentro de su esquema narrativo. La acción se situaba  preferentemente en un castillo feudal, con mazmorras, corredores secretos, laberínticas galerías, bóvedas, osarios y húmedos muros. Para la ubicación geográfica se preferían los países latinos o germánicos y su dinámica interior solía seguir dos líneas argumentales: un misterioso crimen del pasado o un amor ilícito o imposible. Los personajes están perfectamente estereotipados: desde el villano de rostro sombrío, ojos penetrantes y estirpe mefistofélica, hasta la virginal heroína perseguida y ultrajada, pasando por caballeros andantes, feroces espadachines, monjes malvados...,sin faltar el valeroso héroe, generalmente de noble cuna que oculta su identidad bajo un disfraz. Existía un atrezo indispensable: dagas manchadas de sangre, esqueletos, cadáveres en descomposición, gemidos de ultratumba ,Inquisición, asesinatos, persecuciones y una gran profusión de elementos sobrenaturales: fantasmas, brujas, magos, ninfas, apariciones ,estatuas que sangran y cuadros con vida propia. Este nueva corriente fue seguida preferentemente por lectoras femeninas y a Walpole le imitaron una pléyade deslumbrante de escritoras: Anne Letitia Aikin(Mrs Barbauld), Clara Reeve, Sophia Lee, Julia Anne Curtis (Anne of Swansea) y sobre todas ellas, Mrs Ann Radclive. Con esta última el género alcanzó su mayoría de edad legándonos dos obras maestras: "Los misterios de Udolfo "(1794) y" El confesionario de los penitentes negros"(1797). Usando una rica ornamentación estilística y un ingenioso pero ácido racionalismo nos presenta a la intrépida heroína gótica con la que fácilmente se identificaron las señoritas de la época, fue alabada por Walter Scott, fuente de inspiración para Jane Austen y musa para la pensadora Mary Wollstonecraft.


 Como interludio apareció un excéntrico aristócrata llamado William Beckford, arabista en lugar de medievalista aportó el refinamiento oriental junto a unas generosas dosis de crueldad en su famosa "Historia del califa Vathek"(1897), donde consiguió una sutil amalgama entre lo maravilloso y lo repulsivo. Debido a las concepciones fantásticas que jalonan el texto y al hecho del que el protagonista venda su alma al diablo hizo que dicha novela fuera ampliamente revalorizada por los simbolistas franceses del s XIX convirtiéndose en uno de sus libros de culto. Pero los que verdaderamente llevaron el género a su verdadero apogeo fueron Matthew Gregory Lewis y el clérigo irlandés Charles Robert Matutin,introductores y máximos responsables de la vertiente más negra y frenética del terror gótico. El primero se consagró con "El monje"(1796), obra en la que criticaba a la Inquisición española. Opuso la violencia, el suspense y el sexo a través de una narrativa más complicada y sobre todo osada, pecando a veces de mal gusto. Fue criticado por obsceno y tuvo que modificar su opera prima en la segunda edición de 1798. En 1799 vuelve a sorprendernos con "La anaconda" donde se alejaba notablemente de los cánones góticos, tanto en la temática como en el desarrollo. Lewis saca un excelente partido del exotismo selvático y misterioso de las Indias Orientales, usando al gigantesco ofidio como trama de una horripilante y espantosa intriga donde vierte toda su artillería verbal. Matutin destacó por "Melmoth el Errabundo"(1820), obra inspirada en la leyenda del judío errante. Melmoth pacta con Satán y vende su alma a cambio de la inmortalidad.

Después de doscientos años de existencia y cansado de tan pesada carga intentará pasársela a otro infeliz a cambio de su alma. Influyó notablemente en Lovecraft ,quién llegó a afirmar que sus estremecimientos eran los más convincentes del género negro. Para cerrar tan amplía galería de genios nadie mejor que Mary Wollstonecraft Shelly, autora del celebérrimo "Frankestein"(1817), singular y heterodoxo espécimen gótico más cercano a la futura ciencia-ficción que al terror propiamente dicho. Tuvo el honor de finalizar el género con "El Sueño"(1891), que, si bien puede desmerecer en comparación a su indiscutible opera prima, su  temática y estilo son decididamente góticos, muy representativo dentro del género pese a lo tardío de su elaboración. Es curioso ver aún  hoy en día en numerosos medios de comunicación a los fantasmas que nos describe Shelly, lo que actualmente es conocido en el ámbito de la psiquiatría como "parálisis del sueño" o "alucinaciones hipnagógicas"; visiones fugaces entre la vigilia y el sueño, lugar donde sitúa la autora a sus entes fantasmagóricos. Espero que esta breve introducción pique la curiosidad de los lectores y descubran a los verdaderos maestros del terror.

                                                       Frankestein.

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