jueves, 5 de junio de 2014

Oráculos y Adivinos en la Grecia Clásica.



Los griegos tenían en gran estima a los que se dedicaban a las artes mágicas, siempre que estas fueran beneficiosas. La magia negra realizada con fines delictivos estaba castigada con la pena de muerte como ya  dictaba Platón en su obra "Las Leyes": "Aquel profeta o adivino, que se muestre capaz de perjudicar a sus semejantes por medio de nudos o hechizos mágicos, debe ser condenado a muerte".
A los griegos no les bastaba con su racionalismo, sino que también ansiaban conocer el porvenir, tanto en el plano personal como en el colectivo (cuando marchaban a la guerra) y solían recurrir a las artes adivinatorias. Se realizaban ceremonias para desentrañar el porvenir y los oráculos eran consultados con regularidad, celebrándose sacrificios de animales a los cuales los arúspices  les examinaban las vísceras poniéndose así en contacto con los dioses, para los que el futuro no estaba velado por velo alguno.
Otra manera con la que los sacerdotes hablaban con los dioses era através de los médiums. Estos se ponían en estado de trance por medio de gases que emanaban de la tierra o se le embriagaban por medio de narcóticos previamente mezclados con sangre de cordero. En cuanto había penetrado en el espíritu de la pitonisa (normalmente eran mujeres) el hálito divino, el sacerdote formulaba las preguntas y por medio de la pitonisa recibía las respuestas de los dioses. Estas respuestas eran transmitidas en una forma equívoca, criptográfica, teniendo el sacerdote que interpretarlas a su manera, arbitrariamente.
El oráculo que gozaba de mayor fama era el de Delfos, que estaba situado en una ladera del monte Parnaso. Las emanaciones de gas salían de una gruta natural y las altas peñas transmitían, solemnemente, el eco de las "respuestas divinas". La estatua de Apolo se alzaba sobre una cripta y la mediúm era sentada en un trípode de oro. La llevaban hasta las cercanías del agujero por el cual salían las emanaciones de gas y el humo no tardaba en hacerla contorsionar. La mujer, presa del delirio, con el cuello hinchado y moviendo la cabeza de un lado para otro pronunciando palabras ininteligibles. El sacerdote interpretaba después las respuestas para hacer más o menos coherente el oráculo.


Delfos.


También solían atribuírsele propiedades adivinatorias a manifestaciones ordinarias de la vida cotidiana tales como el siseo del viento, el canto de un ave, el ladrido de un perro o la manera de estornudar de un viejo y los adivinos se encargaban de otorgarle un valor profético através de sus enrevesadas interpretaciones.
Los oráculos y auríspices tenían una vital importancia en la vida pública y privada de Grecia. Ningún acontecimiento dejaba de ser sometido a su dictamen y cuando tenía que tomarse una decisión de vital importancia (fundación de una colonia, una declaración de guerra....), los poderes públicos encargaban a los sacerdotes que interrogasen a los dioses y el oráculo establecía las pautas que se deberían seguir. De esta manera, los puestos de pitonisa y sacerdote; especialmente los relacionados con Delfos, eran puestos jugosos y muy ambicionados debido a su gran influencia en todas las polis. Los sacerdotes escogían a las jóvenes pitonisas entre muchachas propensas al histerismo y con los nervios desiquilibrados por algún fallo orgánico; por lo tanto, fáciles de manipular.
El prestigio que tenía la magia profética en Grecia provenía de Orfeo. Su mito se difundió por la Hélade aprox. 600 a.C. y rigió practicamente la vida religiosa griega durante varios siglos. Orfeo tocaba su lira y los hombres al oírlo hacían descansar su alma.  Bajó al mismo Hades a buscar a su amada Eurídice y con su lira fue capaz de dormir al mismo cerbero. Sus seguidores creían que el alma sobrevivía a la muerte y que recibía premios y castigos más allá de la muerte. Su cabeza se conservaba según la leyenda en Lesbos. Predecía magicamente el futuro y sus profecías eran acatadas religiosamente por los griegos. Se decía que sus cantos resucitaban a los muertos y su festividad se celebraba por medio de los Misterios Orficos, unos rituales de contenido poco conocido.
Hubieron adivinos muy conocidos entre los griegos . Tiresias marchó a Troya sabiendo de antemano que iba a morir, el mismo lo había predicho. Melampo  interpretaba profeticamente el vuelo de las aves y decía que su arte se lo habían enseñado las serpientes. Melisango tenía un gran prestigio entre los atenienses y uno de los más longevos, Epiménides,  se llegó a decir que había pasado durmiendo treinta años y que vivió la no desdeñable cifra de 300 años. Pero si he de destacar a alguno sería al astrónomo Ptolomeo. Se dice que escribió cuatro libros y entre ellos uno muy atractivo titulado "La influencia de las estrellas" donde intenta conciliar la realidad con la magia. Recomienda estudiar lo divino sin olvidar lo humano y advierte que el arte de la adivinación no hará al ser humano más feliz. Le permitirá esperar con resignación los golpes de la adversidad y prevenir parte de sus consecuencias en muchos casos. Ptolomeo era partidiario de que la adivinación no debería actuar más que sobre las causas natutales, ya que, a veces, ni el poder de las estrellas es capaz de conjurar los efectos.


Al acabar este artículo me  asaltó una seria duda y he consultado las vísceras de la gallina zombi que hay pululando por el antro. Quería saber cuanto tiempo podría vivir una pitonisa que recibe emanaciones de gas tóxico con continuidad. Uno de los gusanos que viven en su hígado me ha comentado que seguro hay algún médico que lee esta tétrica publicación, esperaré pacientemente la respuesta y para la próxima viajaré a la Tracia con Apuleyo  haciéndole una visita a las famosas brujas que merodean por allí.

























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